Álvaro del Portillo

El 15 de septiembre de 1975, meses después de la marcha al cielo de san Josemaría, Álvaro del Portillo fue elegido sucesor del Fundador del Opus Dei. A pocos días de la Beatificación de Álvaro del Portillo, publicamos algunos recuerdos de Salvador Bernal.

15 de septiembre de 1975: Poco después de la marcha al cielo de san Josemaría, Mons. Álvaro del Portillo es elegido sucesor del Fundador del Opus Dei por el congreso general electivo. Salvador Bernal, autor del libro “Recuerdo de Álvaro del Portillo”, le conoció y trató personalmente y describe algunos de los rasgos de su paternidad espiritual.

"No mucho tiempo después de ser elegido para gobernar el Opus Dei, don Álvaro explicaba el significado del Fundador en su vida, empleando la respuesta atribuida a Alejandro Magno, cuando le reprocharon que apreciaba más a Aristóteles que a su padre, el rey Filipo de Macedonia:

"-Sí, porque mis padres me trajeron a la tierra, pero Aristóteles, con su doctrina, me ha llevado de la tierra al cielo".

Buen hijo y buen padre

El 19 de febrero de 1984 -santo de don Álvaro-, Flavio Capucci le contó que había consultado un conocido diccionario etimológico de nombres propios: Álvaro significa "aquel que protege a todos, que vela sobre todos, que defiende a todos". Don Álvaro le respondió que, personalmente, se inclinaba por un sentido basado, no en la raíz germánica, sino en otra semítica, el hijo; y añadió: "-Pero se puede unir con la interpretación que tú dices: reza para que sea verdad, para que sea un hijo bueno y, al mismo tiempo, un buen Padre, que vela sobre los demás".

Probablemente, Flavio Capucci tenía en su corazón esas palabras cuando, ya en 1994, escribió en la revista Studi Cattolici que "la profunda unidad entre el Fundador y su sucesor, este fluir de la paternidad del uno al otro -diferentes en el temperamento, identificados en el espíritu-, y la continuidad en nuestro ánimo de la misma filiación son testimonios de realidades que no encuentran explicación humana".

Sin duda, se debe a don Álvaro que, con la gracia de Dios, en el Opus Dei se haya mantenido en todo su vigor el espíritu de filiación y fraternidad, propio de una familia cristiana (cfr. Camino, 955). Esos lazos están anclados en la originalidad radical del carisma: iniciados por el Fundador, no quedan ligados a su cordial personalidad humana.

Familia de vínculos sobrenaturales

En el primer aniversario, don Álvaro explicó sintéticamente cómo Mons. Escrivá de Balaguertuvo esa doble paternidad: la fundacional -exclusivamente suya, como Fundador-, y la espiritual, que "existirá siempre en la Obra, hasta el fin de los tiempos, porque somos una familia de vínculos sobrenaturales".

Diez años después de su elección, evocaría agradecido la irrupción de la gracia divina en su vida y en la del Opus Dei: "-La paternidad espiritual, encarnada por nuestro queridísimo Fundador de modo inigualable, pasó a este pobre hombre que ahora es vuestro Padre.

Verdaderamente, cor nostrum dilatatum est (II Cor. VI, 11): mi corazón se dilató para quereros, a todos, a cada una y a cada uno, con cariño de padre y de madre, como nuestro Padre había pedido para sus sucesores".

A la vez, los miembros de la Obra respondieron con un patente cariño, que le llevaba a elevar su alma en acción de gracias, "porque el Opus Dei continúa siendo una bella famigliola". Esther Toranzo ha relatado la visita de don Álvaro en 1989 a Kibondeni. Le recibieron con una canción Massai -acompañada con las notas y ritmos de dieciséis tambores-, que incluye estos versos: "Salí de casa para ir a ver al padre. / Cuando empezó a hablar, le rogué silencio / pues quise primero expresarle yo / mi alegría de verle".

Tantos detalles espontáneos

Infinidad de anécdotas reflejan el comportamiento paterno de don Álvaro, que -sin paternalismo- quería a los fieles del Opus Dei con la ternura de los padres de la tierra. Su admirable memoria no olvidaba, junto a los grandes problemas de la Iglesia o de la Obra, tantos detalles grandes o pequeños como le llegaban de sus hijos. A través de las cartas que le dirigían directamente, con plena espontaneidad, conocía bien pronto sus preocupaciones, tristezas y alegrías. Me sorprendía su capacidad de retener tantos datos, pues con frecuencia hacía preguntas concretísimas que los demás no sabíamos contestar.

He contemplado muchas veces sus reacciones, típicas de un padre o de una madre: con razones del corazón que no puede explicar la cabeza. Casi siempre se trataba del cuidado o de la evolución de los enfermos. Pero aparecía también en circunstancias que, analizadas con rigor, parecen irrelevantes. O en manifestaciones de esa admiración embebida de virtudes y habilidades, que no es injusta ni causa mal a nadie, aunque tal vez resulte exagerada a los ajenos.

La profesora de lingüística Ana Echaide, miembro de la Academia de la Lengua Vasca, recuerda una tertulia en Torreciudad en 1980: a propósito de su colaboración en las traducciones al euskera de escritos del Fundador, la encomió con un gesto de complicidad:"-Es la que más vasco sabe del mundo".

El dolor es una caricia de Dios

El 19 de abril de 1990 esperábamos a don Álvaro en el Colegio Mayor Aralar de Pamplona. Venía en coche desde Barcelona. Por la hora de salida, calculábamos que llegaría alrededor de la una de la tarde. Cuando nos estábamos disponiendo para recibirle, llamaron por teléfono, para comunicar que se demoraría bastante. Pronto supimos la razón: había parado en Zaragoza, para visitar -en la unidad de quemados del hospital Miguel Servet- a una hija suya, que sufrió a finales de enero un accidente y seguía muy grave, porque las quemaduras le habían afectado prácticamente a todo el cuerpo. Estaba aislada. Don Álvaro le habló por medio de un teléfono, y ella le veía a través de un cristal. Le confirmó que la había encomendado desde que recibió en Roma la noticia del tremendo percance, y en ella -en el ofrecimiento de su dolor- se apoyaba para sacar adelante la labor apostólica en el mundo entero. Se trataba de Camino Sanciñena, estudiante entonces de la Facultad de Derecho, que lo relató en Diario de Navarra, 5.IV.1994: "Hay momentos en los que es difícil mantener el sentido positivo, sobre todo si te cambia la vida por un accidente (...) El Padre me decía que, aunque fuera difícil de entender, el dolor es una caricia de Dios. Lo decía de verdad. Lo transmitía con tanta fuerza que conseguía elevarte a su onda, que era una onda de fe".

Cariño en las cosas más sencillas de la vida

Como es natural, me tocó ser destinatario inmediato de su cariño. Don Álvaro estaba también en las cosas más sencillas de la vida. Su mirada atenta se fijaba en menudencias que pasaban inadvertidas a los demás. A comienzos de agosto de 1988, en el contexto de una broma sobre mi ostensible sueño matutino, comenté en el desayuno que, cuando me fui a afeitar, se cortó el agua caliente, y tuve que enjabonarme con la fría; al terminar, volví a abrir el grifo de agua caliente para lavarme la cara -mi piloto automático pensaba que seguiría estando fría-, y tuve que cambiar otra vez de grifo, porque casi ardía. Lo contaba pensando que era un despiste mío, y así lo entendieron todos. Pero don Álvaro me preguntó, como el que no quiere la cosa, a qué hora me afeitaba. Hice el cálculo como pude, y contesté que a las siete y diez.
"-Debo de ser yo", comentó.

Al día siguiente, en el desayuno, don Álvaro se interesó de nuevo por el agua. Había funcionado con normalidad. Y entonces concluyó:"-Efectivamente, era yo". Había comprobado que mi horario coincidía con los minutos en que, justo en el piso inferior de una casa de comienzos de siglo, llenaba la bañera con agua caliente, de acuerdo con lo que le habían recomendado por entonces los médicos. No dejó de abrumarme que anticipase su aseo matutino, para facilitar mi afeitado.

Que te vean feliz

Como es lógico, seguía también de cerca a los parientes de los miembros de la Obra. En países de minoría cristiana, a veces los padres de fieles del Opus Dei no han recibido la fe católica. Don Álvaro les aconsejaba que les quisieran mucho, que los respetaran, que los veneraran. Así contestaba a una mujer, en Nagasaki, en febrero de 1987, a propósito de sus padres budistas:

"-Si tú has recibido el don de la fe es, ciertamente, por voluntad de Dios. Pero tus padres te han facilitado el camino, al practicar sus creencias con rectitud. Quizá sin darse cuenta, han hecho de ti una persona religiosa, capaz de recibir la semilla de la fe. A tus padres no les puedes dar ninguna lección, sino que debes quererles y tratarles con mucho respeto. Lo que sí puedes y debes hacer es rezar por ellos".

Y agregaba luego, dirigiéndose también a una estudiante de Medicina que le había preguntado antes por el origen de la felicidad:

"-Que te vean feliz, que te noten contenta. Entonces se preguntarán: ¿qué le pasa a nuestra hija que está más feliz que antes? Y a lo mejor te lo preguntan. Yo encomiendo a Dios que lo hagan. Entonces, tú les podrás decir: es la fe cristiana. Y la avalarás con tu ejemplo de laboriosidad y de entrega, con tu disponibilidad para servirles en todo, con la demostración de que les quieres y les ayudas".

Os acompaño de todo corazón

En la madrugada del 15 de septiembre de 1978 falleció inesperadamente mi padre en Segovia. Enseguida recibí una carta manuscrita de don Álvaro, fechada el día 16. En un folio por las dos caras, con su inconfundible letra amplia, de trazos finos y alargados, me decía: "Salva: manténte sereno; ayuda a los tuyos a vivir con paz en medio de esta pena tan grande; y no dejes de ofrecer el dolor de este trance también por mí, muy unido a las intenciones de mi Misa. Yo, por mi parte, os acompaño -a ti, a tu buena madre, y a los tuyos- de todo corazón, y de modo muy particular en estos momentos (...)".

No se acostumbraba a estas noticias, aunque fueran siendo tan frecuentes, porque -como señalaba- "somos ya muchos". No se acostumbraba su corazón, a pesar del absoluto abandono en las manos de la providencia divina. A comienzos de septiembre de 1991, tras las ordenaciones sacerdotales en Torreciudad, pasó unos pocos días en Pamplona. Al regreso de visitar a personas enfermas, poco antes de la hora de la cena, recibió el golpetazo de la muerte de dos mujeres del Opus Dei en Estados Unidos. Al terminar de rezar por ellas, comentó: "-Después de una alegría grande, viene siempre una gran pena, ¿qué se le va a hacer?: son palos -caricias- de Dios".

Amó de veras a todos

Con esa humanidad cumplía don Álvaro su oficio canónico. Por encima de las diversas competencias jurídicas y pastorales, fue -como se insinúa en los Estatutos de la Prelatura, 132, § 3- maestro y Padre, que amó de veras a todos en las entrañas de Cristo, y los formó y encendió con ardiente caridad, gastando su vida gustosamente por ellos. Era la razón de su vida, el centro de todos y cada uno de sus días, el núcleo de su trabajo y de su oración. Desde 1975, se fue agrandando su corazón, y sentía crecer a diario su cariño.

Covadonga O'Shea preguntó a don Javier Echevarría cuál había sido la mayor enseñanza que había recibido de Mons. del Portillo:"-La docilidad y la sencillez, sin ninguna duda. Yo no he visto una persona que haya estado más a la disposición de los demás que estuvo don Álvaro. Si ha existido alguien que se ha hecho querer y que ha sabido querer, siguiendo las enseñanzas de nuestro fundador, ha sido don Álvaro del Portillo" (en el semanario ¡Hola!, Madrid, 5-V-94).

No hacía falta ser del Opus Dei para advertirlo. El escritor Vittorio Messori, que le entrevistó pocos meses antes de su muerte, dijo a Corriere della Sera el 23 de marzo de 1994: "Era verdaderamente un padre, como le llaman en el Opus Dei. Te daban ganas de confesarte, en vez de preguntarle".

--------------------------------------------------------------------

Salvador Bernal, Recuerdo de Álvaro del Portillo, Prelado del Opus Dei, Rialp, Madrid, 1996 pp. 156-169