Carina y la guerra en Costa de Marfil

Carina nació en Costa de Marfil, pero realizó sus estudios de Arquitectura en Francia. En 2004 regresó a África para trabajar como arquitecto e impulsar el Opus Dei. En este artículo relata cómo ha vivido los enfrentamientos recientes en su ciudad, Abiyán.

Carine.

Caminar junto a hombres armados, huir de un refugio a otro, comer con suerte una vez al día, dormir en los pasillos por temor a las balas perdidas, comprar comida con pánico a que inicie el toque de queda, hacer una cola de horas para procurarse víveres, recitar de noche un rosario tras otro mientras se escuchan caer las bombas...

Son las experiencias de los dos últimos meses y que podemos recordar ahora que, poco a poco, nos atrevemos a respirar la paz que por fin ha llegado a Abiyán (Costa de Marfil).

Lo que inició en enero como una guerrilla, fue aumentando de intensidad hasta que aparecieron las armas pesadas. Salir a la calle suponía arriesgar la vida.

Jamás he rezado tanto como en estos días. Cuando era imposible salir, ni siquiera para asistir a la misa del domingo, rezábamos en casa por una sola intención: la paz, la paz en Costa de Marfil. En aquellos momentos de encierro, nos consolaban las oraciones que sabíamos estaban llegando desde todo el mundo. Así nos lo aseguraba el Prelado del Opus Dei cuando lograba comunicar con nosotros para darnos ánimos.

¿Milagros? Muchos. Larissa me contó que un día se encontraba en un refugio con sus amigas Valéria y Léo. Cansadas de la inactividad, se decidieron a estudiar un poco de matemáticas en una habitación diferente que tenía ventilador. Pocos minutos después, una bala entró en el lugar que habían abandonado.

Simone, madre de familia, invitaba a sus hijos y otras personas refugiadas en su casa a bajar al salón para recitar el rosario todas las noches. Sólo quedaba en el primer piso una persona enferma que habían acogido. Una tarde, aquel hombre pidió que le ayudaran a bajar pues quería unirse a la oración. Minutos después, un obús cayó sobre la habitación del enfermo, destrozando e incendiandolo todo. Afortunadamente, ellos se salvaron.

Marina cuenta un favor a su sobrina. Los disparos de metralleta y de armas pesadas la habían dejado en un estado de choc: no dormía, ni hablaba, ni comía. Marina y la madre de la chica se preocuparon mucho y confiaron su salud a San Josemaría. Poco después, pese a que los combates se habían endurecido y caían más bombas, la niña cayó en un profundo sueño. Durmió durante dos días y se despertó restablecida. Ahora no conserva recuerdos de aquella pesadila.

Joelle considera que aquel hombre que encontró en la universidad el día que iniciaron los disparos era su ángel de la guarda. Arriesgando la vida, les acompañó a atravesar el campus universitario hasta que, entre disparos, lograron encontar un taxi y huir de aquel lugar.

Los gestos de solidaridad son incontables. Yvonne cuenta que su madre tiene una tienda de comestibles y, cuando escaseaban los alimentos, decidió repartir todo entre los vecinos. Duni, que alojaba en su casa a 35 personas y no tenía más comida, vio un día cómo un amigo llegó a su casa llevando sobre los hombros un saco de 25 kilos de arroz. Marina supo que su tio no había podido trasladarse a su pueblo natal para enterrar a su padre, pues se encontraba en una zona ocupada por un grupo étnico diferente. Sus vecinos, pertenecientes a ese grupo, se ofrecieron a viajar ellos en su nombre y así poder enterrar al familiar.

Podría contar otras muchas anécdotas. Es evidente que la población ha sufrido mucho: se han perdido vidas, bienes, viviendas... y nos queda un largo trabajo de reconstrucción. Pero, mirando atrás y sabiéndonos protegidos, no es difícil concluir que sólo Dios sabe sacar bienes de los males que nosotros producimos.