Convivencia Nacional de Clubes

Es un proyecto de ocho días de duración dirigido a los jóvenes que participan en los medios de formación de los Clubes Juveniles, cuyas actividades cuentan con la orientación cristiana del Opus Dei en el país: Club Delta, Club Timonel, Club Baluarte, Club Astilleros, entre otros.

En el Año de la Misericordia teníamos especial ilusión de realizar una actividad de labor social que ya hemos desarrollado durante varios años con adolescentes entre los 13 y 16 años: la Convivencia Nacional de Clubes. Es un proyecto de ocho días de duración dirigido a los jóvenes que participan en los medios de formación de los Clubes Juveniles, cuyas actividades cuentan con la orientación cristiana del Opus Dei en el país: Club Delta, Club Timonel, Club Baluarte, Club Astilleros, entre otros. Aprovechando las semanas de vacaciones de los Colegios, los animamos para que dediquen parte de esos días a un programa con impacto social, sirviendo a personas mayores y a niños, mayoritariamente en condiciones de abandono. Combinamos el acompañamiento humano y el trabajo material para aportar un granito de arena en la calidad de vida de esas personas y, a su vez, crecer humanamente a través de ese servicio realizado. Esta actividad la hemos realizado en varios departamentos de Colombia: Valle, Cundinamarca, Antioquia y Bolívar.

La Convivencia Nacional de Clubes más reciente fue en La Ceja (Antioquia), donde nos hospedamos en el Centro de Eventos Guaycoral, con el fin de efectuar la labor social en un municipio cercano llamado La Unión. En la noche de la llegada se presencian muchos reencuentros de aquellos que ya han asistido a las versiones anteriores. En la primera tertulia se explica todo lo que haremos durante esos días: deporte, lectura, catapulta en un lago, tertulias, juegos de roles, dramatización de obras de teatro, ratos de oración y, naturalmente, la actividad principal: el trabajo en un hogar de la tercera edad.

Al día siguiente, sin más esperas, visitamos el lugar de trabajo para hacer una primera “exploración”. Los jóvenes conocieron el lugar, calculamos los materiales necesarios, la pintura requerida, escuchamos la expectativa de los beneficiarios, etc. y lo más importante: dialogar un rato con los abuelitos que viven en ese hogar para adultos mayores. La sonrisa de esas personas se reflejaba en el rostro desde el primer instante; sólo el hecho de acercarse a ellos, preguntarles sus nombres e interesarse por sus historias, los hacían sentirse muy felices. Eran 33 jóvenes que cruzaban aceleradamente todo el hogar geriátrico buscando abuelitos para conversar y, a su vez, imprimiendo alegría y energía a aquel lugar. Recuerdo a Santiago que inmediatamente se sentó a hablar con doña Rocío. Ella le empezó a contar sobre su vida mientras Santiago le daba un paseo para tomar el sol en su silla de ruedas. No olvidaré tampoco a doña Dora que, quizá por su avanzada edad, me confundió con alguno de sus nietos y empezó a preguntarme por otros “familiares”; cuando intentaba aclararle un poco me di cuenta que tampoco estaba muy bien de los oídos, por lo cual opté por atenderla sonriente mientras ella me narraba una cantidad de sucesos que, seguramente, no tenía quien se los escuchara con frecuencia. Fue muy conmovedor y divertido ese momento.

También Sebastián dialogó con algunos abuelitos, quienes le manifestaron que en el hogar hacía mucho frío debido a la falta de algunos vidrios, que se han ido rompiendo con el tiempo y no habían sido remplazados. Comentaron que hacía un frío especialmente intenso en el Oratorio, pues carecía de varios vidrios a cada lado. Fue así como tomamos la decisión de arreglar esa situación, además del trabajo principal que teníamos planeado, que consistía en pintar un largo muro en el patio del hogar, el cual se encontraba solo con cemento a la vista y no tenía el mejor aspecto.

Así pues, el segundo día compramos, gracias a la ayuda económica de Cooperadores generosos, los galones de pintura requerida, alistamos las brochas y rodillos, alquilamos los andamios y nos pusimos la indumentaria adecuada para ponernos manos a la obra. Nos dividimos en varios grupos de trabajo; unos se encargarían de empezar la limpieza y pintura de la pared y otros se responsabilizarían de tomar las medidas de los vidrios faltantes en todas las ventanas del hogar. Pintar requiere esfuerzo y concentración y, además, con gente joven, exige intentar minimizar al máximo la “tentación” de hacer bromas con la pintura salpicando a los compañeros de trabajo, lo cual resulta difícil de evitar en su totalidad. Afortunadamente logramos que la mayoría de pintura quedara en la pared respectiva, que medía unos ochenta metros de largo. Avanzados los días se iban viendo los notorios avances de la pintada del muro, que –al encontrarse cercano a la entrada vehicular– era muy visible y logró cambiar para bien el aspecto del hogar. Paralelamente contratamos la elaboración de los vidrios y nos encargamos de instalarlos alrededor de todo el hogar. A pesar del intenso trabajo lográbamos sacar tiempo para seguir conversando con los abuelitos. En aquellas conversaciones don Aurelio nos contó que un sacerdote venía semanalmente a celebrar la Santa Misa los domingos y agregó: “lástima que no tengamos la Santa Misa todos los días”. Ese comentario le llegó a fondo a unos de los jóvenes que lo escuchaba y le hizo reflexionar sobre el valor de la Eucaristía en la vida diaria. Sucedido esto se nos ocurrió invitar al sacerdote que nos acompañaba en la Convivencia, el padre Diego, para que celebrara la Misa en el hogar el día jueves. Así lo hicimos y se celebró la Santa Misa, a la que todos los abuelitos asistieron con mucha piedad y emoción.

Durante todas esas horas de servicio experimentamos la satisfacción plena que otorga el ser solidarios y nos dábamos cuenta lo unidos que estamos al Papa en este año de la Misericordia, siguiendo unas de sus reiteradas invitaciones desde el inicio de su pontificado, en que ha exhortado continuamente a estar cerca de las personas mayores venciendo la indiferencia para acercarnos a las periferias y así llevar calor, cariño y fraternidad cristiana.

Por Álvaro José Cifuentes