Junto a dos gigantes blancos

El Club Delta es un Centro del Opus Dei que hace apostolado con gente joven, en la ciudad de Bogotá. Todas las tardes, asisten alumnos de algunos colegios, desde los ocho años, hasta los diecisiete.

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Los más pequeños van a estudiar y a divertirse jugando fútbol, o realizan alguna manualidad como aviones a escala de madera de valso, pintan o hacen origami. Al mismo tiempo son formados por los tutores o preceptores, que suelen ser alumnos de más edad dentro del Club.

Todos los viernes se tiene meditación, y luego, para descansar un poco de las tareas y evaluaciones, vemos alguna película, jugamos fútbol, ping pong, o algún juego de mesa. En las vacaciones se realizan convivencias y campamentos a diferentes partes el país; algunas con gente de varias regiones, como Medellín, Cali o Cartagena.

En las últimas vacaciones fuimos a Manizales, a una convivencia de cinco días con el Centro Juvenil Timonel. Pintamos los salones de una escuela, jugamos fútbol, rezamos, hicimos una noche de camping en las faldas del Nevado Santa Isabel y al día siguiente, realizamos una larga caminata para llegar a la nieve.

Me encontraba con un par de guantes, una bufanda, un gorro y una chaqueta de plumas, y a pesar de todo con mucho frío. Estaba con unos amigos armando unas carpas en las faldas del nevado de Santa Isabel a unos 4.200 metros de altura.

Hacía mucho viento y nos preparábamos para ver un atardecer al nivel de las nubes que cubrían parcialmente al sol.

Luego de tener listas las carpas y almorzar, caminamos un poco recorriendo los alrededores, nos acompañaba un calor que aliviaba ese viento frío que congelaba nuestras caras. Más tarde, fuimos acogidos por unas horas en el hotel que posee la concesión de nevados, allí nos calentaron muy amablemente la comida.

En la noche, con un par de medias extras, una camiseta más, un sleeping bag, sueño, cansancio y varios amigos, nos resguardamos en varias carpas en las que, como nos informaron los guías al día siguiente, habían soportado vientos de ¡60 km por hora!, gracias a Dios no se desarmaron. La luz era muy escasa y la carpa se movía incesantemente por las corrientes que se alcanzaban a filtrar un poco helándonos las caras… ¡Qué noche!

 

Eran las cuatro y media de la mañana cuando una voz nos despertó. Era la hora de levantarnos para empezar una larga caminata hacia el glaciar del Nevado Santa Isabel.

 

Empezamos a caminar y todavía estaba oscuro, no había señales del sol. Durante la caminata hicimos la oración en silencio,  contemplando toda la naturaleza que nos rodeaba. Se podía ver cómo algunos charcos de agua tenían la capa superior congelada y se podía escuchar cómo crujían al pisarlos suavemente. Le pregunté a uno de los guías qué temperatura había alcanzado el clima en la noche. Me respondió que unos cinco grados bajo cero. Seguimos nuestra aventura y el sol empezaba a asomarse iluminando la punta de nuestro destino. A la izquierda, podíamos ver también cómo los rayos se reflejaban sobre el Nevado del Ruiz.

Seguimos caminado por tres horas más, mientras el paisaje iba cambiando: al comienzo, nos encontrábamos con el páramo, luego, en el súper páramo, donde la vegetación y los pocos animales empiezan a desaparecer, más arriba, cerca de la meta, a nuestro alrededor sólo se veían piedras con un poco de nieve….Cada vez había menos oxígeno, cada paso costaba un poco más que el anterior, sin embargo continuamos caminando hasta donde era permitido, ofreciendo a Dios el frío y el cansancio.

Finalmente, nos encontrábamos frente a una rampa enorme cubierta de nieve, escuchábamos como el agua pasaba por debajo. Había dos lagunas pequeñas de agua de minerales de un color fuerte verde marino y otros depósitos de agua congeladas muy resistentes, pues, tras lanzarles piedras de dos kilogramos, no se rompían. Además, estábamos rodeados de lo que parecían dos grandes paredes rocosas con nieve. Allí estuvimos un buen rato apreciando el inolvidable paisaje, descansando, tomando algunas fotos y escribiendo palabras en la nieve.

Por: Santiago Salcedo