70 años de las mujeres del Opus Dei en Colombia

Es este un aniversario para agradecer a Dios haber hecho que la semilla germine, transformando incontables vidas y familias en historias maravillosas, y para rendir homenaje a las personas que han dado todo de sí para difundir el carisma de la Obra.

El padre Teodoro Ruiz, el primer fiel del Opus Dei que llegó a Colombia el 13 de octubre de 1951, tenía siempre presente que la actividad apostólica del Opus Dei no tenía ni tiene límites, que su espíritu es universal: está dirigido a hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares del mundo, independientemente de su condición social, edad, trabajo, nacionalidad.

De ahí que, desde su llegada, desplegó su labor sacerdotal con varones y también con mujeres de toda condición: estudiantes universitarios, bachilleres, hombres de empresa, mujeres de buena posición social y otras de condición muy humilde, empleadas del hogar, etc. Sin embargo, él era consciente de la necesidad de la presencia de las mujeres de la Obra para realizar con eficacia esos apostolados.

A pocos meses de su llegada, escribió a san Josemaría: “Creo que la venida de las mujeres podrá estar resuelta en poquísimo tiempo. No habrá inconveniente para instalarlas inmediatamente en una casa simpática y tener aseguradas la subsistencia por una larga temporada, mientras se van resolviendo las fuentes de ingresos permanentes”. Por su parte, el fundador le insistía: “Sin ellas las cosas van más lentas y peor”, o “sin la Sección Femenina estaréis siempre mancos”.

A pesar de haber puesto, desde el primer momento, los medios −allá y aquí, en España y en Colombia− era un proyecto que no acababa de hacerse realidad, y la llegada de las mujeres no fue tan pronta como se quería. Pero el padre Teodoro no dejaba de manifestar en sus cartas que “el ambiente estaba muy bien dispuesto”. Que había −decía− “muchas señoras y señoritas que estaban muy encariñadas con la Obra y con deseos de ayudar, que ya conocían bien la Obra y habían expresado en firme su deseo de participar en los apostolados y, si así Dios lo disponía, solicitar la admisión”.

Por fin, en abril de 1954, se consolidó el grupo de las primeras, y se concluyeron las gestiones para su traslado. Y, el 15 de abril, después de un viaje de casi dos semanas en barco, llegaron a Cartagena: Josefina de Miguel, María Adela Tamés, Concha Campá y María Teresa Ivars.

1974. Las tres primeras.

“¡Ya estábamos en Colombia! −escribía Concha− Nos brotaban espontáneas las acciones de gracias. Siendo Jueves Santo, aprovechamos para hacer las visitas a algunos Monumentos: fuimos a la Catedral, a san Pedro Claver y a Santo Domingo. Allí pusimos en manos del Señor y de la Santísima Virgen la futura labor apostólica de la Obra en Colombia”.

Al día siguiente, Viernes Santo, arribaron en avión a Bogotá. Las esperaba la cariñosa acogida de algunas mujeres que ya había conocido el padre Teodoro, y se instalaron en un apartamento que habían alquilado y amoblado.

1965. Grupo Nogal: en el jardín de El Nogal. De izquierda a derecha: atrás: Vivian, una amiga, Concha Campá y María Ampuero. Delante: Julia Galofre, Roser Torrens, Ma. Adela Tamés. Salvo Vivian, todas Numerarias

Inmediatamente, se pusieron “manos a la obra”, a establecer contacto con personas que ya habían recibido noticia del Opus Dei. Rápidamente surgieron muy buenas amistades con chicas jóvenes, con madres de familia, con empleadas del hogar, etc. Muchas de ellas comenzaron muy pronto a participar en charlas, retiros espirituales y cursos de hogar. En todo se buscaba transmitir aquel espíritu de santificación del trabajo y de las demás realidades que componen la vida de un cristiano corriente, que san Josemaría recibió del Señor.

Concha Campá y María Adela Tamés, dos de las primeras que llegaron a Colombia a traer el mensaje del Opus Dei

“Nuestras amigas iban captando el espíritu de la Obra y empezaron a vivir un plan de vida espiritual, haciendo un rato de oración diaria, asistiendo a la Santa Misa, rezando el Rosario, etc.” −dejó escrito Concha en sus memorias.

Inaya, el primer Centro. Delante: Amalia Posada Laverde, Numeraria

Es de agradecer el cariño y la colaboración de estas señoras bogotanas, entre ellas Merceditas Posada de Gómez Tanco, Maruja Huertas y Ángela de Casas, en esos primeros momentos de escasez material, pero de mucho optimismo humano y sobrenatural. Quienes se iban acercando a aquellas primeras mujeres captaban que, con su vida, transmitían la convicción de san Josemaría: que todos podemos alcanzar la santidad, en la vida corriente de cada día, a través del trabajo bien hecho, de la amistad cercana y desinteresada, de la vida en familia, con alegría aún en medio de las adversidades.

Merceditas de Gómez Tanco

La familia Matiz puso a su disposición la finca San José. Ese recurso “permitió −escribió Concha− que en esos primeros años de labor y de penurias pudiéramos hacer cursos de retiro espiritual a los que asistieron varios centenares de personas. ¡Qué siembra tan abundante! ¡Cuántas almas volvieron a la fe o se decidieron a vivir con coherencia su cristianismo!”.

Roser Torrens con Don Chucho Matiz, en la finca San José

A los cuatro meses de su llegada, se instalaron en una casa en la calle 36 con carrera 8ª, y comenzaron la “Escuela de Hogar y Artes Norte”, donde dictaban cursos, para el manejo del hogar, cocina, formación para el matrimonio, educación de los hijos, etc. Y más, adelante, en febrero de 1956, a pesar de la escasez de recursos, pero animadas por su creatividad e iniciativa, dieron inicio a la Residencia Universitaria Inaya y a los cursos para empleadas del hogar.

Roser Torrens a su llegada a Colombia en 1955

En muy poco tiempo, Inaya se quedó pequeña, lo que les llevó a abrir una nueva casa: el Centro Cultural Diagonal. Para apoyar esta creciente labor, el equipo se vio reforzado con la llegada de Roser Torrens, Carmen Berrio, Rosi Escobar (colombiana que había conocido la Obra en Irlanda), María Ampuero, Pilar Fernández de Córdova, Tere Lahuerta y otras. Todas ellas, sin duda, continúan apoyando la labor desde el cielo. Poco a poco aquella siembra entusiasta y alegre fue dando fruto y se fueron sumando las primeras colombianas: Mercedes Sinisterra, Ana Quiroga, María Eugenia Merizalde, Clara Helena Londoño, Leonor Navarro, Inés Calderón, Martha Elena Vargas, Julia Galofre, Berenice y Nidia Urrea, entre otras.

Mercedes Sinisterra, primera numeraria de Bogotá en el año 1959

Decía san Josemaría que el Opus Dei nació entre barrios y hospitales, entre los pobres más pobres de Madrid. Por eso, en los apostolados de la Obra nunca han faltado las visitas a los pobres, las catequesis y las labores sociales con personas menos favorecidas. Y quería que ese espíritu de los comienzos no se perdiera. Aquellas primeras mujeres que llegaron a Colombia lo tenían muy claro. Conscientes de ello, animaban a las personas que participaban en los apostolados de la Obra a pensar iniciativas en esa línea. Fue así como, en 1962, surgió una labor social y educativa en el barrio La Estrada: Cecilia de Escallón, sus hermanas y otras voluntarias crearon un dispensario médico y cursos de capacitación para mujeres de escasos recursos en esa zona de la capital. Más adelante, esa labor social se convertiría en el Gimnasio Tundama, centro de enseñanza de primaria y bachillerato.

Merce Restrepo

La labor seguía creciendo y, en 1965, se instaló, con ayuda de un cooperador, el Centro El Nogal, para la atención de medios de formación con señoras y con quienes llegarían a ser, poco tiempo después, las primeras alumnas de los institutos de artes y letras (ISDAL) y de ciencias sociales y económico-familiares (ICSEF).

Maria Adela Tamés, Cecilia de Escallón y Ángela de Casas

El sueño de llevar el espíritu del Opus Dei a todos los rincones seguía haciéndose realidad y las mujeres seguían siendo protagonistas de cada nueva iniciativa apostólica: los colegios fundados por la Asociación para la Enseñanza (ASPAEN) desde 1965; Torreblanca, la primera casa de retiros; el Instituto Superior de Educación (INSE), nacido en 1971 y que, más adelante, daría inicio a la Universidad de la Sabana.

1956. Biblioteca de Inaya

Medellín

Aunque la “prehistoria” del Opus Dei en la capital antioqueña la habían hecho los padres Teodoro Ruiz y Aurelio Mota, en julio de 1954, recién llegadas las mujeres de la Obra al país, Josefina De Miguel viajó en compañía de María Huertas, para entrevistarse con varias familias que habían manifestado interés por conocer más a fondo el espíritu de la Obra. La primera noticia la habían tenido en un curso de retiro predicado por el padre Aurelio Motta.

Grupo de las primeras supernumerarias de Medellín. Olga de V; Tere de S; Elvia de T; Elenita de L; Inesita de V; Tere de E; Beatriz de P. y Lia en Guaycoral

En octubre del mismo año, Josefina viajó de nuevo, acompañada por Concha. En esa ocasión establecieron contacto con Soledad Londoño, directora de una Facultad de Trabajo Social. Muy entusiasmada con lo que les escuchó, las puso en contacto con muchas de sus alumnas; entre ellas, Lillyam Aristizábal, Esther Mejía, Luz Elena Correa y Fabiola Tamayo. También conocieron a Merce Restrepo y a Cecilia y Martha Toro. Muy pronto, muchas de ellas fueron descubriendo su vocación y solicitaron su admisión a la Obra.

Inés de V; Lía, Lucía de D; Concha y Martha Helena de V.

En otro viaje, en diciembre del año siguiente, organizaron un curso de formación en una finca, propiedad de Lucía Ángel, de quien recibieron mucho apoyo. Y en 1956, una hermana suya dio facilidades para la adquisición de un terreno de su propiedad en La Ceja, donde se instalaría la casa de retiros, Guaycoral. Desde entonces, en la Administración de esa casa se han impartido clases para las niñas de los alrededores; hoy, esa labor continúa desde el centro cultural El Alto. Al año siguiente, en 1957, empezó su andadura la Residencia Universitaria Citará.

En una entrevista de Soledad Londoño con san Josemaría, éste la animó a comenzar un colegio promovido por padres de familia. Fue así como inició su andadura el Gimnasio Los Pinares, en octubre de 1964, gracias al entusiasmo y compromiso de María Helena Escobar y Agustín Vélez, Olga Villegas y Pedro Uribe, Luz Mercedes Restrepo y Diego de Bedout, María Helena Uribe y Leonel Estrada, Rosita Cadavid y Pietro Peroni, María Helena Restrepo de Mora, Elvia Posada y Ernesto Toro, Teresa Restrepo y Gilberto Soto.

Soledad Londoño, primera rectora del Gimnasio Los Pinares en Medellín

Manizales

Los viajes a la Capital Cafetera de Colombia empezaron hacia 1960. Desde el comienzo hubo mucha acogida. Inicialmente, Sophy Pinzón de Zuluaga puso a disposición su casa para las actividades con señoras y niñas. Asistían, entre otras, Eva Echeverri, Alba Lucia Mejía, Liria López, Elisa Estrada, Lola Vásquez y María Emilia Duque. En 1965, las primeras mujeres de la Obra en esa ciudad se instalaron en un apartamento y, poco después, con el apoyo generoso de muchas personas, dieron comienzo al Centro Cultural Cendal.

Grupo 1961: en una excursión en los primeros años. De izquierda a derecha: Nelly Vélez, Martha Toro, Pilar Fernández de Córdova (f), Mercedes Restrepo y Martha Elena Vargas. Todas Numerarias.

Cali

Desde 1961, María Ampuero, María Eugenia Escobar y Liria López comenzaron a hacer viajes a la Sultana del Valle, alojándose en casa de María Borrero de Castro. En 1972 se instalaron en una casa alquilada, en el barrio Granada, para organizar algunas actividades, con ayuda de Lily de Jensen y otras cooperadoras. En 1978 se adquirió la casa para el Centro Cultural Cerronaya, que abrió sus puertas con actividades formativas para señoras, universitarias, bachilleres y empleadas del hogar.

Un par de años después, se fundó el Centro de Capacitación Sué, para la formación de las empleadas del hogar. Allí, centenares de mujeres tuvieron oportunidad de participar en actividades de alfabetización, manejo del hogar, atención al adulto mayor, etc.

María Adela Tamés, quien dedicó muchos años a la Universidad de La Sabana.

Con el paso de los años, y como la ciudad crecía hacia el sur, en 1993 se erigió el Centro Cultural Catalpa, dedicado, ante todo, a la formación de universitarias y profesionales jóvenes.

Por iniciativa de un grupo de supernumerarias y sus amigas, se dio inicio, en el oriente de la ciudad, a una labor social con madres cabeza de familia: la Fundación Los Valles, que sigue activa en su labor de formación hoy.

La Costa Caribe

Desde 1978, varias numerarias se turnaban en viajes a Cartagena, para atender a una supernumeraria −Lucía Bustamante de Gilchrist− y a sus amigas.

En 1982, se inauguró en Barranquilla el Centro Cultural Arrecife. Además de las barranquilleras, viajaban desde Cartagena, para asistir a medios de formación, la Prince Martínez con sus amigas y las profesoras del Colegio Cartagena de Indias, que ya venía funcionando desde 1972.

En 2002, en comenzó en Cartagena el Centro Cultural Entremares, gracias al apoyo de tantas costeñas, tan alegres y generosas como ese mar Caribe sin orillas.

Y en otros lugares

En 2003 se dio inicio el Centro Cultural Narval, en Bucaramanga, a donde se viajaba desde años atrás para dar formación a universitarias y personas casadas; desde Manizales también se hacían viajes a Pereira, donde se erigió, hace unos quince años, el Centro Cultural Isaral.

Y continúa la expansión por barrios, ciudades, municipios de la geografía colombiana, impulsada y apoyada por corazones generosos y entusiastas que han recibido el mensaje del Opus Dei con apertura y compromiso. Lugares donde un gran número de mujeres reciben formación humana y cristiana, y muchas de ellas han descubierto su vocación a la santidad a través del espíritu transmitido por San Josemaría.

Contemplando el alcance que han tenido a lo largo de estos 70 años los esfuerzos unidos de tantas personas que, por amor a Dios, han trabajado por la formación integral de la mujer, cabe concluir, evocando al beato Álvaro: “¡Gracias, Señor, perdón y ayúdanos más!”. El camino andado nos anima a continuar poniendo todos los medios humanos a nuestro alcance y toda nuestra confianza en Dios y en la fuerza del carisma del Opus Dei, para adaptarlo, sin cambiar lo esencial, a las necesidades de este mundo que evoluciona cada día.

Es este un aniversario para agradecer a Dios haber hecho que la semilla germine, transformando incontables vidas y familias en historias maravillosas, y para rendir homenaje a las personas que han dado todo de sí para difundir el carisma de la Obra; en especial, a los benefactores y parientes que nos han acompañado de cerca en este camino, y a todos aquellos que en algún momento de sus vidas han tomado parte en esta gran aventura apostólica.