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El plan comenzó con una romería a la Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá. Algunos no conocían la capital religiosa de Colombia, ni habían visto el cuadro de la milagrosa renovación del lienzo en que había estado pintada la Virgen del Rosario. Fue una oportunidad para pedirle a la Virgen, con acentos de varios rincones del país, por tantas necesidades de nuestra patria y por el buen desarrollo de la convivencia que apenas comenzaba.
La instalación en la finca “La Candelaria” fue rápida, ya que cada persona se encargó de bajar y organizar las bicicletas, el mercado, las carpas y las maletas. Algunos de los asistentes ya se conocían porque habían coincidido en otras convivencias. El que más ha viajado es Julián, que afirmaba: “He conocido casi toda Colombia, pero lo mejor es que he podido convivir con muchas personas de todo el país”.
Las indicaciones del director al arrancar la convivencia fueron sencillas y sucintas: “Señores, acá vinimos a descansar, pero también para aprovechar y acercarse un poco más a Dios. Por eso, el oratorio, la Misa diaria y las diferentes normas de piedad a lo largo del día. También a convivir con personas de otras ciudades, y mejorar en virtudes aprendidas de los demás”.
El segundo día de la convivencia fue muy agitado. En la mañana, una cabalgata por el pueblo, y por algunos parajes típicos de la zona como el desierto de La Candelaria, hasta llegar a los pozos azules, lugar muy visitado en Villa de Leyva. Por la tarde, cada persona se armó de su equipaje y, con energías renovadas después del almuerzo, esta vez atendido por los paisas, el destino fue el Parque Natural de Fauna y Flora, Iguaque.
Allí el plan fue doble: primero, acampar una noche a la luz de una fogata; y, al otro día, realizar el ascenso a la laguna de Iguaque, cuna del agua para los antiguos Muiscas. La jornada fue extenuante, contando con que algunos de los excursionistas venían de la costa, para ascender a una altura de 3.600 metros sobre el nivel del mar. De este plan se desprenden algunas anécdotas como el préstamo de prendas de los bogotanos a los costeños, que se resistían a sentir tanto frío; o la sumergida en las aguas “sagradas” de Carlos y Fidel, o las innumerables caídas de Francisco, Santiago y Orlando; e, imposible de olvidar, que los últimos en llegar a la cima fueron José Camilo y Aníbal, quienes traían el almuerzo.
Al otro día, después de descansar unas horas, ya no sobre “sleeping bags”, sino entre cobijas y almohadas, el destino fue el Monasterio Dominico del Santo Ecce Homo, uno de los primeros en América, fundado en 1620. El viaje se hizo en bicicleta desde Villa de Leyva, una distancia de 12 kilómetros. Allí conocieron las costumbres de usanza de los monjes; y, en el claustro, los ornamentos, lienzos, obras de arte y antigüedades que recogen la historia de la fe por estas tierras.
Ya en la noche, por ciudades, prepararon el show de despedida. Los de Bucaramanga hicieron una obra de teatro que representaba la subida a la laguna de Iguaque. Los bogotanos hicieron una exhibición de enanos que requería la presencia de dos personas por enano, uno ponía las manos y otro los pies y el tronco. Los de Medellín cantaron algunas trovas en las que estaban involucrados algunos de los asistentes, y, por último, los cartageneros hicieron una parodia de un bus en la ciudad.
Al finalizar la convivencia, todos los asistentes se pidieron los correos electrónicos como muestra del deseo de seguir manteniendo la amistad que, por algunos días, y a fuerza de cuidar detalles de servicio, se había forjado. Algunos prometieron verse en la próxima convivencia nacional de Clubes juveniles, que será en… cualquier rincón de Colombia.