Nota de Escrivá de Balaguer

Hace 5 años, el día 6 de octubre del 2002, una inmensa muchedumbre que, según estimaron las autoridades de Roma, osciló entre 350.000 y 400.000 personas, acudió a Roma y llenó la Plaza de San Pedro, la Vía della Conciliacione y las calles adyacentes.

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Era gente que procedía de muchos países de los cinco continentes. Allá se veían, en un ambiente familiar, japoneses, polacos, nigerianos, franceses, australianos, norteamericanos, colombianos y muchos otros oriundos de casi un centenar de países.

Desde una semana antes, fueron llegando a Roma en los más variados medios de transporte: bus, tren, automóvil, barco, avión, bicicleta? Y fueron invadiendo hoteles, internados, casas particulares e instalaciones especiales que el municipio de Roma destinó como albergue de centenares de jóvenes que colaboraron activamente en la realización ordenada del evento. ¿Por qué se dieron cita en la Ciudad Eterna personas procedentes de tantos países, y de tan variadas clases sociales, profesionales y culturales?

Con ilusión querían asistir a la canonización de un nuevo santo: Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. En realidad, todos ellos habían recibido el influjo más o menos cercano de la vida y predicación de San Josemaría. Y esto había cambiado en buena parte su vida personal, familiar, profesional, social, animándola con la alegría de la fe cristiana que, como dijo recientemente el actual Pontífice Benedicto XVI, es "la alegría de haber encontrado la verdad y el amor".

En efecto, su vida y su mensaje han llevado, a una innumerable multitud de fieles, a convertir las tareas más comunes en oración, en servicio a todos los hombres y en camino de santidad".

El ambiente era el de una familia, la gran familia cristiana, que siente el gozo de que uno de sus componentes logró el triunfo al que todos aspiramos: la santidad en la tierra y la felicidad eterna en el cielo.

A las 10 de la mañana comenzó la Santa Misa presidida por el Santo Padre Juan Pablo II, de feliz memoria, y concelebrada por 42 personas entre cardenales, arzobispos, obispos y sacerdotes. Y 25 minutos después proclamó solemnemente la santidad de San Josemaría: "En honor de la Santísima Trinidad, declaramos y definimos Santo al Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, y lo inscribimos en el Catálogo de los Santos, y establecemos que en toda la Iglesia sea devotamente honrado entre los Santos". Un apretado y prolongado aplauso, lleno de emoción y de cariño, se elevó al cielo desde la Plaza de San Pedro y sus alrededores.

En las "Cartas Decretales" que posteriormente pudimos ver publicadas, y que testifican la canonización del nuevo santo, Juan Pablo II dejó escrito: Regnare Christum volumus! (¡Queremos que Cristo reine!): estas palabras resumen su constante preocupación pastoral por difundir, entre todos los hombres y mujeres, la llamada a participar, en Cristo, de la dignidad de los hijos de Dios, viviendo sólo para servirle: Deo omnis gloria! ( ¡Para Dios toda la gloria!). Asumió y enseñó a asumir este programa en medio de las ocupaciones normales de cada día, por lo que con razón se le puede llamar el santo de la vida ordinaria. En efecto, su vida y su mensaje han llevado, a una innumerable multitud de fieles -sobre todo laicos que trabajan en las más diversas profesiones-, a convertir las tareas más comunes en oración, en servicio a todos los hombres y en camino de santidad".

Y más adelante añadió: "Se abría así en la Iglesia un nuevo camino caracterizado por difundir entre hombres y mujeres de toda raza, condición social o cultura, la conciencia de que todos están llamados a la plenitud de la caridad y al apostolado, en el lugar que cada uno ocupa en el mundo". También en la Homilía que pronunció en la celebración eucarística insistió en el "horizonte extraordinariamente rico en perspectivas salvíficas" que abre las enseñanzas del nuevo santo, pues el trabajo y cualquier otra actividad, llevada a cabo con la ayuda de la Gracia, se convierte en medios de santificación cotidiana.

Podemos preguntarnos ahora: ¿cómo hacer realidad este bello mensaje en nosotros, en nuestros parientes y amigos? El mismo Papa ya nos respondió en aquella memorable ocasión: "Para llevar a cabo una misión tan comprometedora hace falta un incesante crecimiento interior alimentado por la oración. San Josemaría fue un maestro en la práctica de la oración, que él consideraba un arma extraordinaria para redimir el mundo".

Y también nos hizo ver, citando las enseñanzas de San Josemaría, "la necesidad de no dejarnos atemorizar ante una cultura materialista, que amenaza con disolver la identidad más genuina de los discípulos de Cristo. Le gustaba reiterar con vigor que la fe cristiana se opone al conformismo y a la inercia interior".

Para no alargarme, querría terminar esta breve visión de los acontecimientos de aquella inolvidable jornada, cuyo primer lustro celebramos en este mes de octubre, citando otras palabras de aquel gran Papa, cuyo proceso de canonización está ya en marcha, palabras que nos animan a la acción: "Siguiendo sus huellas, difundid en la sociedad, sin distinción de raza, clase, cultura o edad, la conciencia de que todos estamos llamados a la santidad"

*Doctor en Filosofía.

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Por Jorge Yarce*. Publicado por el periódico El Colombiano, de Medellín (Colombia)