Publicación en la web sobre don Álvaro, “Con la bendición de un Santo”

Este diario será enviado por email durante un año, en conmemoración del Centenario del nacimiento del próximo beato

Guillermo con unas familias en Ciudad Bolívar, donde gestiona una labor social.

En 1970 el Gimnasio de Los Cerros abrió un servicio para decenas de jóvenes de Usaquén: el Centro de Estudios Nocturnos, CEN. De esta forma, albañiles, carpinteros, mensajeros, obreros, cargadores, cobradores, operarios, conductores de autobuses y auxiliares de oficina tuvimos la oportunidad de adelantar estudios secundarios.

En febrero de 1974 nos comentaron que en junio vendría a Colombia Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei y que, posiblemente, tendríamos la oportunidad de verle en alguna de las reuniones programadas. Nos trasladaron a un colegio vecino mientras hacían reparaciones del Gimnasio y lo acondicionaban para el acontecimiento.

El padre Ignacio Gómez Lecompte fue quien nos transmitió las primeras informaciones sobre el Opus Dei. Nos daba frecuentemente meditaciones, iba a los salones y nos dictaba Religión cuando no podía asistir el profesor asignado o, simplemente, en los momentos de descanso nos hablaba de San Josemaría, de algunos hechos de su biografía o de béisbol. Él era nuestro profesor, animador, confesor, pero sobre todo el amigo con el cual se pasaban horas escuchándole sus anécdotas o riéndose de la vida.

Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer no llegó al colegio por motivos de salud, escasamente estuvo unas horas en Bogotá.

Don Álvaro durante su visita a Colombia en 1983. Encuentros con grupos de personas en el Gimnasio los Pinares de Medellín.

Del Gimnasio de Los Cerros pasé al instituto de Enseñanza Superior INSE, hoy Universidad de La Sabana, a adelantar estudios en Comunicación Social y Periodismo. En 1983 nos dieron la noticia: en mayo estaría don Álvaro del Portillo, sucesor de San Josemaría en el Opus Dei.

Supe entonces que se organizarían varias tertulias en el Gimnasio de Los Cerros y por el deseo de conocerle, escucharle y darle las gracias personalmente por los beneficios recibidos tanto en Cerros como en el INSE, busqué la fórmula para asistir a las reuniones. Se presentaron todos los obstáculos posibles. Se debía tener invitación para la primera y otras eran sólo para los fieles del Opus Dei, a quienes el Padre Álvaro del Portillo había venido a visitar.

Pero un buen periodista no pierde la guerra con las primeras batallas. Busqué entonces a Alfredito Corchuelo, uno de los mejores camarógrafos del país y quien prácticamente grabó el 90 por ciento de la famosa serie “Bolívar, el hombre de las dificultades”. Los organizadores de las tertulias le habían solicitado, por su profesionalismo, que imprimiera las imágenes de tan importante visita. Le conté que No tenía invitación ni podía estar en las tertulias de don Álvaro del Portillo, “pero quería darle las gracias por lo que había hecho el Opus Dei conmigo, al permitirme estudiar y trabajar”, le manifesté.

Don Álvaro del Portillo durante su visita a Colombia en 1983. A pesar de su apretado horario, a su llegada a Medellín quiso sacar unos momentos para estar con mujeres de la Prelatura en La Cuesta, uno de los Centros de Medellín.

Corchuelito, como le decíamos al genial hombre de la cámara me respondió:

- Yo lo llevo como mi asistente de cámara a las reuniones. Nadie le va a decir nada y si le manifiestan algo, pues les digo que no grabo más y nos vamos.

Llegué entonces la mañana fría del 26 de mayo de 1983 con vestido y corbata a la primera reunión. Pronto me instalé al lado de Corchuelo, quien ya había hablado con el productor y le fascinó la idea de que tuviera un asistente, gratis y que no permitiera que nadie moviera el cajón donde estaría trepado el camarógrafo.

Apareció don Álvaro con una lluvia de aplausos y comenzó la primera tertulia. Hablaba despacio, con un acento español bien pronunciado, a veces yo no entendía lo que decía, porque lo manifestaba en latín, pero yo sacaba mis conclusiones. Habló de Dios, de apostolado y, sobre todo de alguien muy especial para mí: la Virgen. Al final impartió la bendición.

Durante su visita a Colombia en 1983, Don Álvaro del Portillo. antes de la tertulia con mujeres de la Prelatura, visitó el recientemente estrenado oratorio de Torreblanca.

Después, como buen asistente, colaboré en la recolección de cables, mover cajas y demás tareas del oficio de “asistente de cámara”.

Un miembro de la Obra se me acercó y me interrogó sobre cómo había logrado estar en la reunión. Yo le conté, con toda propiedad: “soy asistente de cámara”.

Sin embargo, me dijo que las otras reuniones eran solo para los miembros del Opus Dei. Moví mis gafas como clave para Corchuelo, para informarle que algo estaba mal. El “conejo” vino y me ratificó: “muchacho: mañana tenemos que grabar otra vez. Hoy estuviste genial. No me vayas a fallar. No tengo tiempo para preparar a nadie más en este trabajo”.

Don Álvaro durante su visita a Colombia en 1983. Un momento de encuentro con algunas Numerarias Auxiliares (que llevan el traje de atención del comedor). En la foto con Don Álvaro: Cloty Ayala, Mercedes Barrientos, Dora Guerrero, Delfina Padierna. En primer plano a la derecha, Luz Helena Correa, Numeraria

Ese fue mi pasaporte para los tres días de tertulias con don Álvaro del Portillo en el Gimnasio de Los Cerros, ante la mirada atónita de quien me negaba el ingreso.

“Todo bobo es de buenas”, pregonan las madres en Antioquia. Estuve en las tertulias, le oí hablar a Monseñor Álvaro del Portillo de su amor por la Santísima Trinidad, por la Iglesia y por la Virgen. Contestaba como un padre cuando se dirige a sus hijos sobre diferentes temas. Les habló a los miembros del Opus Dei de cómo debían ser fieles, de la confesión, pero sobre todo de algo importante: apostolado y servicio a los demás.

Desde mi rincón le seguía atento. Sin moverme. Sosteniendo el cable. Cada palabra suya calaba hasta lo más profundo de mi ser. Cada expresión golpeaba mi alma. En la última reunión hablaba como en una meditación, muy parecida a aquellas que años antes había escuchado cerca de allí, en el oratorio del Gimnasio, dictada por mi confesor y amigo, el P. Ignacio Gómez Lecompte. Me acordaba de aquellos hermosos días, de las amistades que había tenido, de mis compañeros de aula, de las excursiones y de los juegos que el padre Nacho –como le decíamos cariñosamente-- planteaba como “medio limón y medio limón llama a 25 limones y medio limón” o los acertijos judiciales. “¡Qué bien se pasa acá!”, pensaba.

Don Álvaro durante su visita a Colombia en 1983. El día 30 de mayo recibió a algunas familias. En esta foto con la familia Posada Núñez.

Miraba a don Álvaro como un sacerdote que estaba al servicio de Cristo y de la Iglesia. No le perdía paso y claro, de un momento a otro, tomó un poco de agua de un vaso que estaba en la mesa. “Me lo llevaré de recuerdo”, me planteé.

Se terminó la tertulia y entonces yo, con el sigilo del momento, con audífonos puestos, recogiendo el cable del micrófono que había utilizado me acerqué a la mesa. El vaso estaba allí. A nadie le interesaba. Me tomé el poco de líquido que había y ¡zas!, lo introduje en una bolsa que había servido para empacar a los nuevos equipos y al bolsillo fue a parar. Era un vaso de mucho valor para mí en ese momento.

Luego, reunieron al equipo de producción de televisión y claro, el “asistente de cámara” estuvo en primera fila, escuchando las palabras de agradecimiento de Monseñor Álvaro del Portillo por el trabajo realizado. Al final dijo: “Os voy a dar la bendición”. Me arrodillé, acto que fue seguido por los demás asistentes, al terminar su oración, solo atiné a manifestar: “¡Gracias! ”. Y me santigüé. Estaba a escasos dos metros de un santo.

Me llevé mi reliquia, lo escondí en el lugar más oculto de mi casa, el cajón de mis medias y pañuelos. ¿Quién lo podría encontrar allí? Nadie, pensé y cavilé sobre las mil formas que le daría a una urna con vidrio y letras doradas que diría: “Recuerdo de la visita de don Álvaro del Portillo a Colombia, mayo de 1983”.

Pasaron varios meses y un día me acordé del vaso y de mi sueño de enmarcarlo. Lo busqué y no lo hallé. Tremenda angustia. Volví a revisar todo el armario, cajón por cajón, rincón tras rincón, bolsillos y bolsillos. Nada.

Le pregunté entonces a mi santa madre: “¿De casualidad ha visto un vaso que tenía en uno de mis cajones?”-

- Claro que lo vi. Sólo a usted se le ocurre guardar un vaso entre las medias. ¡Qué peligro! Me había podido cortar o usted mismo se habría podido herir. Ya lo bajé, lo lavé y ahí está con la demás losa.

Ahora, como agradecimiento por tantos favores, emprendo el Día a Día del Venerable Siervo de Dios Álvaro del Portillo. Es una forma hermosa de agradecer.

Este diario será enviado por email durante un año, en conmemoración del Centenario del nacimiento del próximo beato, quien desee recibir este servicio sobre su vida puede escribir a diariodedonalvarodelportillo@gmail.com

    Por Guillermo Romero